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Una dulce molestia

El Romanticismo creía firmemente en que los sentimientos, sensaciones y percepciones humanas eran transportables directamente a la obra de arte, creencia que continúa vigente en el folclor popular en cuanto a la función de todo arte, a la de las redes sociales y su compartir instantáneo; y al sentido hiper-romántico (tanto en su sobrecargada factura como en el “modo sobredosis” de su consumo) de la nueva televisión seriada y a la carta. Pero la lingüística nos enseñó que la significación se da comparando elementos, es lo que surge entre ellos, por lo que la expresión vendría luego de esas comparaciones. Después de esa lección (que ya aparece en las primeras clases impartidas por Saussure) quedó claro que la “expresión directa” es una ficción, adictiva y pertinaz, por cierto: siempre habrá un código, una interfaz que un usuario emplea para traducir a símbolos lo que un artista quiso expresar, siendo el artista mismo un usuario cuando de “expresar” se trata. Así pues, la significación en obras de arte comienza comparando -consciente e inconscientemente- sus elementos constitutivos, donde el sentido es una especie de “sensación” -que no niega la idea cibernética de que el todo o sistema es más amplio que la suma o comparación entre sus partes-, pero al ser la obra de arte exterior al humano, siempre planteará la paradoja de parecer “nada” comparada con esa sensación, sobre todo en “artes silenciosas” como la pintura. Tal vez a esa paradoja se refería Adorno cuando escribió: “Ha llegado a ser obvio que ya no es obvio nada que tenga que ver con el arte, ni en él mismo, ni en su relación con el todo, ni siquiera su derecho a la vida.” [1] Este traslado del Ser hacia el ciclo del signo, volviéndose la materialidad la obra misma, fue la profunda marca de la lingüística sobre el arte del siglo XX y sigue vigente hoy.


En el proyecto Ctrl + P de María Isabel Vargas, la situación de “obviedad” materialista contrastada con la “sensación” de expresión, se agrava al depender parcialmente los motivos de sus pinturas de una codificación que no proviene del medio pictórico mismo. Se trata de codificaciones del programa electrónico Photoshop, con el que Vargas produce “bocetos” para ser “traducidos” a grandes formatos pictóricos, a punta de pigmento acrílico, plotter de corte, y aditivos líquidos varios. Explica la artista en su texto de sustentación de maestría en arte, que la interfaz digital permite fusionar (Ctrl + V) y restar (Ctrl + Z) en la pantalla, mientras las varias interfaces pictóricas (pinceles, trapos, brochas, aerógrafo y plotter) solo permiten sumar, por lo que realmente no hay un ejercicio de traducción sino de diálogo de interfases, así el resultado final solo sea pintado, llegando a llamativos efectos de ilusión desde el sumar (Alt + E).

























María Isabel Vargas. De la serie Ctrl + P. 2019


Los colores dulzones y fosforescentes (una serie de fotos y acciones de Vargas se llamó Tribu Candy [2014-2016]) recuperaran vivazmente para las pinturas la luminosidad de la pantalla, pero lo que podríamos llamar dulcemente molesto es el conflicto de la suma de layers acoplados a lo materialmente pictórico, pues parecería que con ella se estuviera primando un tipo de plano que viene de las pantallas digitales y se estuviera contaminando el medio convencional llamado pintura, una molestia que parecería un eco de lo que Siegfried Zielinski ha llamado una “guerra fría de fe”:

“Hoy en día, el debate sobre la rápida expansión de los medios tecnológicos y su relación con la situación actual de la cultura y sus perspectivas parece estar degenerando en una guerra fría de fe. El apoyo eufórico a la expansión de las máquinas y de los programas de telecomunicación, especialmente bajo la forma de redes mundiales de datos, adquiere rasgos cada vez más metafísicos o incluso misioneros… todo esto surge del dualismo existente entre medios analógicos (mecánicos) y digitales (electrónicos)… James Cameron escenificó de forma genial este conflicto en Terminator II, aplicando los medios del género de acción: lo mecánico (en todas sus variantes, incluida la electrónica más perfeccionada) representa lo bueno. Es voluminoso, grávidamente pesado, palpable y vulnerable: por tanto, humano… Lo electrónico, en cambio, especialmente en su acoplamiento con el hardware y el software del computador, representa lo extraño, lo otro bajo la forma de lo malo. Es fluido, incorpóreo, muy fácilmente transformable y en regeneración constante…” [2]














Fotograma de Terminator II, The Judgement Day. Tri Star Pictures. 1991.


El texto de Zielinski fue publicado en 1997, por lo que podríamos inferir que ya hay artistas que han dejado atrás esta guerra fría (¡ y santa!), y el Cisma de fe que algunos artistas mecánicos produjeron dentro del Mainstream, dentro del misionerismo de la gran industria comercial-digital. Tal vez hoy en día la guerra fría de fe haya llegado más bien a un acuerdo de paz y respeto (aunque también la guerra la pudieron haber perdido los artistas Mecánicos ante la imposición de la fe digital, imposición debida a la asociación de lo Digital a megacorporaciones de entretenimiento que priman el espectáculo romántico sobre la lingüística, la crítica o la experimentación: un mundo instantánea y pasajeramente feliz o sentimental), de una manera muy especial, que el mismo Zielinski describe así:

“El estímulo de los alquimistas clásicos fue poder hacer oro a partir de la materia común, de la basura… Hoy se trata de reelaborar artísticamente los residuos de la realidad con ayuda de todas las técnicas disponibles, de tal manera que conserven su resistencia y autonomía y, a la vez, sea eventualmente posible añadir algo a su diferenciada riqueza: dignidad, sensación, atracción…”

En el caso de Ctrl + P, es el diálogo de interfases mecánicas y electrónicas, a través de lo fluido de la “maldad” digital del Photoshop y los “bondadosos” líquidos mecánicos para pintar, lo que enriquece, dignifica, produce sensaciones y atrae, sin técnicamente salirse de la pintura, pues el Cisma, al menos en artes plásticas, es capaz de ser superado sin salirse de los medios convencionales, sin fusionarlos, pues no hay, al menos por ahora, un Ctrl en Photoshop o en pintura que realmente fusione las partes involucradas: lo realmente fusionante es la sensación de significación. Los alquimistas querían vivir la trascendencia desde la basura; el arte modernista vivirla desde una radical inmanencia materialista, y Terminator II acabando con lo humano desde la fluidez electrónica totalizante, desde la fusión de interfaces digitales con el poder. Ctrl + P solo trata de participar de estos bagajes sin violencia o pretendiendo fusiones imposibles, sino más bien desde una dulce y fría serenidad, desde el candor de una posguerra fría artística, que la final es el candor de una generación cansada de conflictos de cualquier tipo.


Fernando Uhía

Junio de 2019

[1] Theodor Adorno. Teoría estética (traducción española de Jorge Navarro Pérez). Madrid: Akal, 2004. Pág. 9. (Publicado originalmente en alemán en 1970).

[2] Siegfried Zielinski. “Máquinas buenas y malas: alegato por una heterogeneidad vivaz en las artes audiovisuales”, en Genealogías, visión, escucha y comunicación. Bogotá: Ediciones Uniandes, 2007. Editor Andrés Burbano. Todas las citas vienen de este artículo. Las itálicas son mías.

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