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La Heladería: Congelar-contemplar lo efímero


Los helados están ahí, en nuestra cotidianidad. Acompañan los días de asueto, tienen una suerte de valor festivo, de aire de celebración. También se integran al ocio, al descanso, a la diversión. Si se consulta las personas, parece que, invariablemente, son de su agrado. De manera espontánea, si dirigimos nuestra atención a ellos, tal vez lo primero que destaca es su sabor, su forma. Están tan naturalizados en nuestras vidas que pocas veces sabemos cómo se fabrican o de qué ingredientes se componen; o, cuando tarda congelarlos.

Cuando acudimos, cotidianamente, a la heladería se nos escapa el conjunto de lo implicado en ella. Nos quedamos con efluvios de sentimientos, de emociones, que dan paso a otras. Muchas veces en nuestros recuerdos sobrevive más el lugar, la compañía o el paisaje que el helado, su sabor, “su ser”.


El helado y la heladería son efímeros. De hecho, rara vez relacionamos el descongelamiento global del planeta con el primero, con la velocidad y fugacidad con que se descongela éste en nuestras manos. Tampoco vemos la segunda como un lugar de “captura” de la subjetividad, de sujetación al consumo, a los patrones de dieta, a la circulación de mercancías.

Esta exposición busca capturar (congelándolo para contemplarlo) lo que se nos fuga, quizá también lo que se nos ha fugado. El sentido y el valor de lo efímero radica en que lo contiene todo: el ser de lo que hay y el ser de quien tiene la experiencia de lo que hay; y, sin embargo, uno y otro polos se escapan. Incluso, hemos olvidado que lo efímero es cosa “de un día”. En el habla corriente lo equiparamos a lo pasajero, incluso a lo instantáneo. ¿Cuántas “cosas” pasan, nos pasan, y a qué velocidad? “Todo es vacío, fugaz”. Huye la infancia, pasa la juventud, muere el anciano; se fuga la vida.

El arte, esta obra plástica, se enfrenta a lo efímero y propicia un acto de resistencia, una expresión primero de “la resistencia íntima” y luego de una llamado a la resistencia. Resistir y resistirse, ¿a qué? A dejar de ver el acontecimiento, la maravilla, lo que asombra; a dejar ver con los ojos y la actitud de los niños; a perder la capacidad de oler y percibir en el tráfago de los afanes de la vida; a dejarse capturar por los dispositivos y las disposiciones de control y de mercado; a olvidar un planeta que tenemos en préstamo y que debemos entregar a las siguientes generaciones.


“La heladería: congelar-contemplar lo efímero” forma parte de la secuencia creativa de María Isabel Vargas Arbeláez. En esta secuencia se ha puesto como materia de contemplación: la infancia y sus formas de celebrarla; el juego y el juguete; lo arcano, lo arcaico, lo dulce (“Tribu candy”, por ejemplo); lo técnico, lo tecnológico; las diversas formas de subjetividad ante todo ello y, consecuentemente, los modos de desplegar la resistencia, que parte de lo más íntimo y se orienta como rumor que crea multitud. En esta exposición la artista recaba en la contemplación como método para poder ver lo cercano, para fijar una imagen que congele y preserve lo que se nos escapa. Se trata de una contemplación activa que activa lo que pasivamente, pletórico de sentido, se nos escapa en diversos modos de fuga de la subjetividad. La contemplación como método estético exige la participación activa del espectador para que llegue a su término la creación estética. Este método y esta práctica es un proyecto de cocreación que pasa a la acción estética como acción política de despliegue del sentido en y desde la participación.Los helados están ahí, en nuestra cotidianidad. Acompañan los días de asueto, tienen una suerte de valor festivo, de aire de celebración. También se integran al ocio, al descanso, a la diversión. Si se consulta las personas, parece que, invariablemente, son de su agrado. De manera espontánea, si dirigimos nuestra atención a ellos, tal vez lo primero que destaca es su sabor, su forma. Están tan naturalizados en nuestras vidas que pocas veces sabemos cómo se fabrican o de qué ingredientes se componen; o, cuando tarda congelarlos.Cuando acudimos, cotidianamente, a la heladería se nos escapa el conjunto de lo implicado en ella. Nos quedamos con efluvios de sentimientos, de emociones, que dan paso a otras. Muchas veces en nuestros recuerdos sobrevive más el lugar, la compañía o el paisaje que el helado, su sabor, “su ser”.El helado y la heladería son efímeros.


De hecho, rara vez relacionamos el descongelamiento global del planeta con el primero, con la velocidad y fugacidad con que se descongela éste en nuestras manos. Tampoco vemos la segunda como un lugar de “captura” de la subjetividad, de sujetación al consumo, a los patrones de dieta, a la circulación de mercancías.Esta exposición busca capturar (congelándolo para contemplarlo) lo que se nos fuga, quizá también lo que se nos ha fugado. El sentido y el valor de lo efímero radica en que lo contiene todo: el ser de lo que hay y el ser de quien tiene la experiencia de lo que hay; y, sin embargo, uno y otro polos se escapan. Incluso, hemos olvidado que lo efímero es cosa “de un día”. En el habla corriente lo equiparamos a lo pasajero, incluso a lo instantáneo. ¿Cuántas “cosas” pasan, nos pasan, y a qué velocidad? “Todo es vacío, fugaz”. Huye la infancia, pasa la juventud, muere el anciano; se fuga la vida.El arte, esta obra plástica, se enfrenta a lo efímero y propicia un acto de resistencia, una expresión primero de “la resistencia íntima” y luego de una llamado a la resistencia. Resistir y resistirse, ¿a qué? A dejar de ver el acontecimiento, la maravilla, lo que asombra; a dejar ver con los ojos y la actitud de los niños; a perder la capacidad de oler y percibir en el tráfago de los afanes de la vida; a dejarse capturar por los dispositivos y las disposiciones de control y de mercado; a olvidar un planeta que tenemos en préstamo y que debemos entregar a las siguientes generaciones.“La heladería: congelar-contemplar lo efímero” forma parte de la secuencia creativa de María Isabel Vargas Arbeláez. En esta secuencia se ha puesto como materia de contemplación: la infancia y sus formas de celebrarla; el juego y el juguete; lo arcano, lo arcaico, lo dulce (“Tribu candy”, por ejemplo); lo técnico, lo tecnológico; las diversas formas de subjetividad ante todo ello y, consecuentemente, los modos de desplegar la resistencia, que parte de lo más íntimo y se orienta como rumor que crea multitud. En esta exposición la artista recaba en la contemplación como método para poder ver lo cercano, para fijar una imagen que congele y preserve lo que se nos escapa. Se trata de una contemplación activa que activa lo que pasivamente, pletórico de sentido, se nos escapa en diversos modos de fuga de la subjetividad. La contemplación como método estético exige la participación activa del espectador para que llegue a su término la creación estética. Este método y esta práctica es un proyecto de cocreación que pasa a la acción estética como acción política de despliegue del sentido en y desde la participación.

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