
En las últimas dos décadas, ha existido un agudizamiento de cierta idea de retorno a las fuentes originarias sobre todo desde perspectivas decoloniales que han planteado nuevas estéticas. Postura políticamente correcta que plantea serios problemas desde una perspectiva híbrida y mestiza acorde a nuestros tiempos. Esas búsquedas de los orígenes son realmente problemáticas, tanto en términos políticos como plásticos, tal como lo han planteado Silvia Rivera Cusicanqui, Gerardo Mosquera y Nicolas Bourriaud; este último afirma que "los orígenes son fuentes de fundamentalismos". Desde esta perspectiva, el trabajo de María Isabel Vargas, asume una postura crítica reinventando una tribu donde las identidades se trastocan con maquillajes, collares y atuendos que recuerdan pasados pueblos y los actualiza de manera radical insistiendo en esa complejidad de las identidades rígidas.
La exposición consiste en una serie de fotografías y cuadros de personajes que ya hacen parte de esta nueva tribu, donde el caramelo endulza hasta el empalagamiento la búsqueda incesante de la identidad dentro de esa cultura posmoderna que tanto manoseó la noción del Otro. el otro surge aquí construído, maquillado y retocado, exotizado. Las fotografías son el resultado de una acción plástica donde la artista acoge voluntarios que desean hacer parte de esta nueva tribu: vitrinas donde reposan dulces de todos los colores y sabores, cuelgan de la pared de la sala de exposición. El maquillaje es sugerido por cada rostro sin importar el color de la piel ni la edad y mucho menos el género: valores estos fundamentales dentro de la búsqueda identitaria de la posmodernidad decolonial.
La asrtista nos dice lo siguiente sobre su trabajo: "Tribu Candy indaga sobre la experiencia de lo primitivo en el individuo contemporáneo. Con esta indagación pretendo hermanar dos polos aparentemente opuestos: la banalidad del consumo y lo trascendental del individuo que afirma el sentido de su existencia a través de actos rituales simbólicos".
Con esta obra no puedo evitar pensar en el Candido, o el optimismo de (1759) de Voltaire donde, la inocencia y la ingenuidad asociado a lo dulce, hacen que sigamos insistiendo en "que todo sucede por que sí", en este "el mejor de los mundos posibles". La dulce tribu de María Isabel Vargas hace que nos interroguemos sobre esa eterna adolescencia donde la búsqueda de la identidad sigue preguntándose infructuosamente ¿de dónde venimos? ¿quienes somos?
El nuevo pueblo se ha reinventado a través de un "ritual simbólico" que pone a dialogar anacronismo con lo contemporáneo; un pueblo caramelo, una Tribu Candy que nos endulzará la buena consciencia de aceptación del Otro, recuperado, reivindicado, salvado pero sobre todo construido e inventado. El universo es dulce en la obra de María Isabel Vargas; este sabor abre una reflexión sobre todo en nuestra época, en que las restricciones médicas nos impiden disfrutar de los dulces y sobre todo nos mantiene empalagados con esa eterna y controvertida búsqueda de las identidades.